miércoles, enero 11, 2006

Disparos desde el abismo.

La puerta estaba cerrada, toqué un par de veces pero nada pasó. Los nudillos de mi mano derecha resintieron el contacto con la madera fría y vieja de tu puerta. Bajé los escalones tratando de adivinar donde podrías estar.
Mientras cruzaba la calle, a lo lejos, miré a una pareja de novios, que de manera muy rítmica caminaban casi sincronizadamente. Mi pensamiento divagaba entre la oscuridad de tu habitación de los miércoles por la mañana, y en esa oscuridad que produce tu entrepierna cuando estas dormida y yo te observo y te toco.
Me resultaba muy genuina la analogía de la oscuridad.

Me senté en la banca del parque porque supuse que quizá te vería pasar por la acera del otro lado de la calle. Jamás lo hiciste. Miré el reloj, las manecillas marcaron las 3 de la tarde. Decidí emprender la retirada, caminaba con la mirada desenfocada, como si mis neuronas pesaran tres kilogramos cada una. Era un día nublado. Recordé las palabras que tata Manuel solía decirme cuando miraba que el cielo comenzaba a escampar. Sin embargo, las nubes no cedían, el cielo estaba atiborrado, cerrado.
No podía creer que me lo hicieras de nuevo; no quería creer.
Camino a casa, encontré a tu amiga Marla, la salude y la invite a mi casa. Hicimos el amor un par de veces. Después preparó algo te de limón y decidió marcharse. No sin antes preguntar ¿Qué le dirás cuando la veas? Agache la mirada y pronuncié la palabra que ella quería escuchar: hola.
¿Y tú que le dirás cuando lo veas? También hola.

miércoles, enero 04, 2006