domingo, septiembre 11, 2005


Hoy desperté. La serenidad y calidez de la ciudad es intrigante. Mucho que ver, oír y oler. Hay que caminarla. Llego a una esquina, miro las nomenclaturas de las calles y leo: calle Gustavo Díaz Ordaz y avenida Colosio Murrieta. Yo pregunto a mis dentros ¿cuál es peor? Decido tomar la primera, no porque el resolutivo haya sido ese; sino porque veo pasar una yunta de músicos ejecutando el corrido de Juan Ramos*. Sigo caminando. Un niño indígena toca mi mano y pregunta ¿como te llamas? yo, un poco sorprendido, respondo con mi nombre. Le doy un billete de 3 pesos y reanudo la marcha. Al entrar al mercado Alhóndiga, pido pan de muerto y un poco de chocolate caliente. Son las 9 de la mañana. Alondra, como siempre, llega unos minutos tarde a nuestra cita. Aún trae el cabello húmedo y los ojos rojos como si acabara de llorar. Saluda con su mirada y pide un café con leche. Oye pedro, donde estuviste anoche, tuve un poco de frío… extrañe tu calor y el aroma de tu incienso. No le dije nada, le di otro sorbo a mi bebida y pedí mas pan de muerto. Al salir de la merienda, decidimos ir al cuarto de hotel por nuestras cosas. En el trayecto vi muchas cosas raras, templos antiquísimos, miseria, historia, vendedores ambulantes, huellas de cultura precolombina, niños de la calle… Antes de entrar al hotel, Alondra me dice que mire hacia arriba, hay un anuncio espectacular que reza "algunas ciudades difícilmente se entregan, a quién solo las ve con los prejuicios de la retina"

*Héroe mitológico regional.

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